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Lamentablemente, vemos casi a diario en medios informativos de todo tipo un tratamiento de la discapacidad y de las personas con discapacidad que dista bastante de ser el correcto en cuanto al lenguaje con el que se hace referencia (ya no hablemos de lo que se dice concretamente, lo cual vamos a dejar fuera de este artículo).
Todavía se siguen leyendo y escuchando expresiones como deficiente, retrasado, retardado, minusválido, discapacitado o, en el mejor de los casos, persona discapacitada, entre otros ejemplos.
Sin querer, ni por asomo, justificar a las personas “de a pie” que usan este tipo de terminología, entra dentro de lo previsible (más allá de que lo puedan hacer a propósito, lo cual no tiene justificación alguna) que lo hagan si no se les ha explicado que esos términos son entre bastante y muy peyorativos para las personas con discapacidad.
Lo que es menos justificable todavía, bajo mi punto de vista, es que los medios de comunicación continúen haciendo uso de esas expresiones.
Unos medios que tienen diferentes guías de estilo de cómo usar lenguaje inclusivo, qué tipo de imágenes deben o no deben emitir, etc., y que parece que desconocen que hay otras que explican cómo utilizar el lenguaje correcto para referirse a las personas con discapacidad.
Los medios de comunicación no solo construyen la imagen de la discapacidad, sino que trasladan a la ciudadanía las maneras de ser y estar en el mundo de la persona con discapacidad, contribuyendo a configurar y definir no solo su idiosincrasia sino su mejor y natural inclusión en la sociedad.
Así mismo, intervienen en los procesos de socialización de las personas, cincelando la cultura de cada colectivo.