
Una vez más, ya casi como una cita ineludible en el calendario, volvemos a quedarnos con el regusto amargo que sigue a todas las Conferencias de las Partes, con esa sensación de que volvemos a quedarnos cortos en los resultados mientras el reloj nos indica que nos queda menos tiempo para actuar.
De la COP de Sharm El-Sheij de estos pasados días hemos salido con un acuerdo de mínimos tras bordear el precipicio de un fracaso todavía más profundo. Lo más destacable de ese acuerdo ha sido el establecimiento de un fondo para proporcionar financiación por «pérdidas y daños» a los países vulnerables afectados por las catástrofes climáticas.
El vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea señalaba que el Plan de Implementación aprobado en la COP 27 incluye peticiones que ya se habían hecho en la COP 26 como las de reducir progresivamente la generación de energía a partir del carbón o abandonar gradualmente los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles.
También recalcaba que desde la COP de Glasgow del año pasado, se ha perdido fuerza y tiempo, justo en el momento en que se deberían estar haciendo compromisos y tomando acciones más ambiciosas.
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