
Cuando estudiábamos en el colegio e instituto, todos recordamos aquellas asignaturas como gimnasia, ética, religión y alguna más a las que, al menos en mis tiempos y en mi localización geográfica, denominábamos “las marías”, no sé si en mayúsculas o no, puesto que no recuerdo haber visto esa expresión escrita en ningún lugar.
“Las marías” eran asignaturas que no eran apenas tenidas en cuenta por muchos estudiantes, a las que no se les daba mucha importancia, no despertaban mucho interés, y que generalmente eran fáciles de aprobar sin mucho esfuerzo. Casi con asistir a clase ya era suficiente.
Para algunos estudiantes, los más malos, esas “marías” eran generalmente aprobadas con facilidad mientras que en las más complicadas se obtenían notas bajas o suspensos, generando unas cartillas de notas que podían ser desde un tanto pobres hasta ser directamente de espanto, en función del número de asignaturas “cateadas”.
Cuando estaba pensando en el contenido de este artículo de opinión, me ha venido a la cabeza el recuerdo de esas asignaturas, estableciendo un símil (un tanto rebuscado, he de reconocerlo) entre las diferentes obligaciones que tienen las empresas en nuestro país y las “marías”, pero no en toda la extensión de su significado.
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