La Conferencia sobre el Cambio Climático de París nos ha dejado con un sabor agridulce, quizá con la sensación de haber perdido una oportunidad histórica y con la ilusión frustrada de aquello que pudo haber sido y no fue.
Hace unos meses nos preguntábamos si queríamos realmente detener el Cambio Climático y poníamos de manifiesto la importancia que la COP21 tendría a la hora de tomar medidas decisivas para limitar las emisiones globales futuras.
La COP21 (por Conferencia de las Partes, en inglés) se inició el 30 de noviembre y acabó el 12 de diciembre, un día después de lo previsto porque las negociaciones se alargaron para poder llegar finalmente al Acuerdo, que deberá ser ratificado en el plazo máximo de un año a partir del 22 de abril de 2016 por al menos 55 partes que sumen en total el 55% de las emisiones globales y que tendrá vigencia a partir de 2020.
Un total de 195 países por separado más los pertenecientes a la Unión Europea (actuando conjuntamente) acudieron a la Conferencia. De esos 195 países, un puñado de ellos por causas debidas a guerras, catástrofes naturales o diferencias ideológicas no presentaron sus compromisos previos para el Acuerdo.
Según la Comisión Europea, el Acuerdo de París que debía surgir de la COP21 tenía por finalidad principal “contribuir a efectuar la transición mundial hacia un futuro con bajas emisiones de carbono y resistente al cambio climático”. Un acuerdo que iba a “exigir por primera vez a todos los países adoptar medidas específicas para ir reduciendo gradualmente las emisiones, en función de sus circunstancias nacionales”.
Las negociaciones fueron duras, con diversos puntos en los que las naciones estaban en desacuerdo, como por ejemplo en temas referentes a la financiación para los países en desarrollo, hasta qué punto el pacto era vinculante jurídicamente, cuáles iban a ser las cifras de reducción de emisiones, o sobre qué países debían asumir los costes de las medidas a tomar en función de si estaban o no en vías de desarrollo.
Un acuerdo con tantos países involucrados, con diferentes grados de desarrollo y diferentes políticas, intereses y voluntades desde luego no puede ser sencillo de conseguir, por lo que inevitablemente el compromiso al que se ha llegado tiene diversas lecturas. Dependiendo de quién las interprete son una victoria para el planeta o un fracaso. Veremos a continuación en qué se basan ambas lecturas.
Aspectos más relevantes del Acuerdo.
Aunque es sólo la base de partida de todo lo demás, el hecho de que 195 países se reúnan, sean conscientes de la trascendencia que el problema tiene para toda la Humanidad y lleguen a una serie de compromisos es sin duda un hito remarcable teniendo en cuenta lo comentado en el párrafo anterior y es digno de mención.
Se ha conseguido un compromiso de mantener el aumento de la temperatura media del planeta “muy por debajo” (sin concretar el “muy”) de los 2 grados centígrados respecto a los valores preindustriales y haciendo especiales esfuerzos porque no se superen los 1’5 grados. La pregunta respecto a esto sería ¿harán los países todos los esfuerzos necesarios para acercarse a esos 1’5 grados cuando estando meramente por debajo de los 2 grados ya se está cumpliendo el compromiso? Una cuestión que realmente me genera muchas dudas.
El Acuerdo es universal y legalmente vinculante, con la excepción de los objetivos de reducción de emisiones de cada país, por tanto son libres de fijar sus límites de emisiones con la tranquilidad que da el saber que “no va a pasar nada” si no se cumplen.
Se establecen puntos de revisión cada cinco años, comprometiéndose los países a ser cada vez más ambiciosos en sus actuaciones. Se realizará el primer balance mundial en 2023, cuyo resultado aportará información a los países para que actualicen y mejoren, del modo que ellos determinen, sus medidas y su apoyo, y para que aumenten la cooperación internacional en las acciones relacionadas con el clima.
Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.
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