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Poder reparar aquello que en su día compramos para poder alargar su vida útil y de paso no incurrir en nuevos gastos y provocar nuevos impactos en el medio ambiente, es un derecho por el que no debemos dejar de luchar.
En esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, estamos más que acostumbrados a la cultura del usar y tirar, de la obsolescencia programada y a cambiar cosas que han dejado de funcionar (e incluso aquellas que aún funcionan perfectamente) por otras nuevas con quizá algunas mejoras sobre las que ya poseemos, aunque estas sean quizá tan simples como un cambio de diseño o alguna función que ni si quiera necesitamos realmente.
La espiral consumista nos lleva muchas veces a ni plantearnos reparar lo que se ha estropeado, generalmente electrodomésticos y aparatos electrónicos varios, cegados por el marketing y la idea de renovar nuestros “trastos antiguos y obsoletos” (nótense las comillas).
En el caso de que decidamos que queremos reparar esos aparatos, nos podemos encontrar con que nos falten los conocimientos, las herramientas o el acceso a profesionales que saben cómo repararlos, pero en muchas otras ocasiones no lo podemos hacer sencillamente porque el aparato fue diseñado desde un inicio por su fabricante para dificultar su apertura y su reparación incluso para manos expertas.
Pasen por caja, señores.
¿La razón principal de esta dificultad en la reparación? Pues probablemente el hacernos comprar un producto nuevo, o en su defecto obligarnos a llevarlo o llamar al servicio técnico de la marca de turno que nos cobrará bastante más que si lo hiciera la tienda de reparaciones del barrio o nosotros mismos.
Entonces, acabamos muchas veces comprando un nuevo producto con los consiguientes impactos negativos en la sostenibilidad del planeta, como por ejemplo el consumo de materias primas (que pocas veces proceden del reciclaje de productos anteriores), el aumento de los gases de efecto invernadero generados en su producción, o contribuyendo al crecimiento de innumerables montañas de desechos que tampoco se suelen reciclar y que tiene ya efectos a escala global, por citar sólo algunos impactos.
Afortunadamente, no todos los consumidores piensan igual y hay grupos que están exigiendo a los fabricantes que sus productos sean reparables y a los gobiernos que legislen para obligar a las empresas que no lo hagan voluntariamente.
El movimiento Right to repair.
Tanto en Europa como en los Estados Unidos, los consumidores se están moviendo para exigir el derecho a poder reparar sus aparatos estropeados.
El movimiento Right to repair (“derecho a reparar”) va en aumento y la presión para cambiar la legislación a favor del consumidor está siendo cada vez más fuerte.
Por ejemplo, en el último mes de 2018 en Europa, los ministros de medio ambiente han votado una serie de propuestas que obligarán a los fabricantes a hacer que sus productos sean más duraderos y más fáciles de arreglar.
Los nuevos estándares se aplicarán, inicialmente, a artículos de iluminación, televisores, pantallas electrónicas y electrodomésticos grandes como lavadoras, neveras y lavaplatos.
Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.