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Boeing, el mayor fabricante de aviones del mundo, se enfrenta a una crisis de grandes dimensiones tras los accidentes de su modelo 737 Max.
El reciente accidente del mes de marzo de uno de los modelos de ese avión, operado por la compañía Ethiopian Airlines, se añade al ocurrido el año pasado a uno de los aparatos de la aerolinea indonesia Lion Air.
Aunque aún se están estudiando exactamente las razones de los accidentes, ambos ocurrieron en circunstancias parecidas, poco después del despegue y por causa de pérdidas de sustentación al parecer inducidas por los propios sistemas automáticos del avión.
Todo esto ha llevado a Boeing a tener que afrontar una crisis de la que es culpable no sólo por la razón primera de la misma sino también por cómo está gestionando toda la situación.
Un negocio en el que la confianza es crucial.
En aviación comercial existen muchas variables para que las empresas tanto fabricantes como prestadoras de servicios sean exitosas o no, y entre ellas la más importante es, sin ningún género de dudas, la confianza y la seguridad.
Los accidentes ocurridos han hecho que esa confianza se haya reducido tanto entre las aerolineas usuarias del modelo como entre los pasajeros.
Y no solo las aerolineas que operan el 737 Max se plantean pedir indemnizaciones por todas las pérdidas que están sufriendo al tener que dejar de operar rutas con ese avión, sino que también tanto actuales usuarias de este modelo como otras potenciales están pensando seriamente anular o dejar de realizar pedidos en firme por nuevas unidades.
En los primeros días tras el accidente de Ethiopian, Boeing perdió nada menos que un 13% de su valor en bolsa, unos 33 mil millones de dólares.
A consecuencia del accidente de Ethiopian (y de su similitud con el de Lion Air), el vuelo de los aparatos del modelo 737 Max fue prohibido en la mayoría de países del mundo, haciendo que toda la flota de ese modelo esté aún a día de hoy en tierra.
También, el miedo ha hecho mella en muchos pasajeros que antes de la prohibición de los vuelos estaban preocupados por si el avión en el que les había tocado viajar era un Max, y que una vez acabe todo esto pueden ser recelosos de volar en aerolineas que sigan usando esa aeronave, al menos aquellos pasajeros más temerosos.
Las prisas son malas consejeras.
Más allá de tecnicismos y largas explicaciones, parece que los accidentes del 737 Max son debidos a que un sistema automático (llamado MCAS) en determinadas circunstancias y a través de unos sensores problemáticos, ordena al avión bajar el morro cuando no debiera, provocando una “lucha” del piloto con la máquina por hacerse con el control del avión, y que acaba ganando el sistema automático con fatal desenlace.
El 737 Max es una evolución de la serie 737 de Boeing y se hizo para competir con el modelo A320 Neox de su rival Airbus.
Un diseño y desarrollo el del Max que se hizo, según se puede leer en el New York Times, bastante deprisa y con el objetivo de paralizar una posible sangría de ventas, ya que American Airlines pretendía comprar centenares de unidades del Neox a Airbus.
Boeing no se había tomado nunca en serio la competencia de Airbus como un aspirante a mayor fabricante de aviones civiles hasta que vio que podía perder su cetro en aquella operación.
Para lograr desarrollarlo tan deprisa (menos de la mitad del tiempo normal), se utilizó un diseño ya conocido y (a grandes rasgos) se le añadieron nuevos y más grandes y eficientes motores. La existencia de esos nuevos motores supuso el tener que desarrollar el sistema MCAS que parece ser el causante de los accidentes.
Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.