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Es totalmente necesario el encontrar fórmulas que permitan en un futuro próximo la subsistencia de aquellas personas que no volverán a trabajar debido a la automatización de sus tareas.
Hace unas semanas planteaba en este medio algunos de los riesgos que las nuevas tecnologías están ya introduciendo en nuestro día a día en el artículo “Inteligencia artificial y responsabilidad social corporativa”.
Hoy voy a dedicar este espacio a otro de esos dilemas que vienen derivados de esas tecnologías que en un futuro próximo van a causar que muchísimos millones de personas en todo el planeta se vean obligados a caer en las garras del desempleo quizá por el resto de sus vidas.
Un desempleo en el que pocos piensan porque realmente no se han dado cuenta aún de la amenaza que supone para sus oficios el desarrollo e implantación de nuevas soluciones que barrerán del mapa la necesidad de que un humano esté al mando de una máquina que funcionará por sí sola.
Sin ir más lejos, y con todo el respeto para este colectivo de trabajadores que defienden sus lícitos intereses, me sorprende ver las manifestaciones de taxistas en muchas ciudades de España y el resto del mundo en contra de la intromisión en su sector de empresas como Uber o Cabify (léase “De la innovación a la precariedad laboral del transporte privado”).
Y me sorprende porque sencillamente estos profesionales del transporte se quedan en la superficie, en que otras personas vienen a competir por su trabajo, pero no ven que ese trabajo como tal está destinado en un tiempo no muy lejano a ser realizado por coches autónomos sin conductor.
Simplemente esas empresas quieren meter el pie en el negocio del transporte de pasajeros con unos conductores que trabajan para ellos, pero que tampoco parece que se den cuenta de que esas empresas los borrarán de la ecuación de su negocio cuando los coches funcionen solos y una vez hayan obtenido una posición de dominio en el sector.
Ni unos ni otros conductores parecen observar que es su oficio el que va a cambiar, unos atribuyen las culpas a unas empresas “nuevas” en el juego y a la falta de regulación, y los otros por ahora sólo ven que se benefician de su reciente introducción en el mercado.
Puede que me equivoque y algunos (los más mayores) ya se hayan dado cuenta y piensen “para lo que me queda para retirarme, voy a seguir como si nada en mi actuación y pensamiento y ya se apañarán los que vengan después”. O puede que en unos años estos profesionales miren hacia atrás pensando en aquellos días en los que se manifestaban contra otras empresas y trabajadores y les parezca anecdótico al ver que la ciudad está llena de coches autónomos y era eso contra lo que deberían haber luchado (infructuosamente) y para lo que no se prepararon buscando alternativas laborales (quizá algo no tan sencillo).
Pero sea como fuere, ¿que sucederá con aquellos trabajadores que todavía no estén en edad de jubilación y sean barridos por los adelantos tecnológicos y la automatización, ya no sólo en el sector del transporte sino en muchísimos otros?
La fuerza laboral que ya no volverá a trabajar nunca.
El título suena duro, pero lamentablemente será así. Es una certeza, sólo queda saber exactamente cuándo va a suceder. La peor desventaja de las nuevas tecnologías será la gran cantidad de personas que debido a su introducción serán irremediablemente condenadas al desempleo eterno.
Este es el dilema al que me refería al inicio del artículo y al que se tiene que empezar a buscar solución de alguna manera antes de que el riesgo se materialice en una cruda realidad.
Algunos dirán que lo mismo se pensaba que sucedería a raíz de la revolución industrial y al final esas personas acabaron trabajando en cualquier otra cosa, y no les quito su razón.
Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.