cambio climático, economía circular, rsc, sostenibilidad

La epidemia del envasado inútil y el desperdicio de comida.

Photo by Hermes Rivera on Unsplash

Los niveles de, permítame el lector la expresión, tontería a la hora de vender y comprar comida llegan ya hasta límites insospechados.

Bueno, quizá no tan insospechados si detrás de ellos está el ser humano, capaz casi de cualquier cosa.

Una simple visita a la sección de frutas y hortalizas de una gran superficie comercial me confirmó la semana pasada que queda mucho por hacer en la lucha por la racionalidad a la hora de vender algunos productos que no deberían ir acompañados de ningún tipo de envoltorio, bolsa, plástico o bandeja o caja de porexpan.

Algo ridículo a todas luces y que parece que no decae sino que va en aumento en cuanto a su adopción, no sólo en número de productos sino de comercios en los que se perpetran estos atentados contra la sostenibilidad.

Tomates, plátanos, lechugas, naranjas, manzanas, zanahorias, cebollas, pepinos, etc. envueltos de alguna manera y en algunos casos sin ninguna posibilidad de ser comprados por unidades. Es decir, o te llevas la bandeja con su plástico y los seis tomates  que van en ella o no te llevas ninguno.

Se ha perdido la racionalidad que citaba antes, la de toda la vida, la que siempre ha existido al comprar en el típico colmado o tienda en el que se puede adquirir todo a granel por peso o unidades y sin necesidad de usar ningún recipiente más allá del que se utilice para llevar lo comprado hasta la cocina de cada casa.

Y para qué hablar ya de esas otras aberraciones como vender kiwis o naranjas peladas y desgajadas, o tomates en lonchas en su correspondiente bandejita y cubrimiento plástico.

Si consultamos algunas etiquetas utilizadas en Google o cualquier red social como #DesnudaLaFruta, #BreakFreeFromPlastic o #RidiculousPlastic, podremos ver diversos ejemplos de estas cosas a las que me estoy refiriendo.

Hasta he llegado a ver fotos de fruta “ecológica” envuelta de esa manera, algo que debería de hacernos crujir las neuronas de solo verlo.

 

¿Qué razones existen para esta plastificación?

Se me ocurren diversas posibles causas o razones que justifiquen, a priori y de alguna manera, esta epidemia del embalaje compulsivo, aunque es probable que me deje alguna.

No sé si alguna será justificable a ojos de otras personas, pero ninguna lo es para mí, al menos si se tiene en cuenta el coste para el medio ambiente que provocan.

La primera de las razones que me viene a la mente es la de la higiene y prevención de daños. Si algo lo envolvemos en otra cosa y además lo protegemos como si fuera un bebé con cajitas (o envoltorios blanditos de esos que son como una red) pues no se manchará ni se estropeará con los golpes, ¿no?

Pues no, la mayoría de los alimentos vendidos así han sido dotados “de serie” por la sabia naturaleza de pieles y envoltorios suficientemente resistentes para resistir golpes u otro tipo de problemas sin que afecten a la parte comestible.

Otra posible razón es la comodidad para el consumidor. Algunas frutas y hortalizas, no todas, pueden llegar a manchar, y con todos esos recubrimientos nos aseguramos que eso no suceda, al menos hasta el momento en que saquemos los alimentos de su prisión de plástico.

Podría llegar a “comprar” la razón anterior, pero no. Todos podemos utilizar nuestra propia bolsa para meter estos alimentos.

De hecho, lo más probable es que el alimento previamente envuelto acabe dentro de una bolsa de plástico reutilizable (que gracias a su obligatorio cobro por ley mucha gente ya usa) para su transporte hasta llegar a casa, ya que nadie va por la calle con una bandejita de fruta en la mano.

 

Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.

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