Vivimos en un mundo en el que los estándares, guías, normas, códigos de conducta, protocolos y etiquetas relativas a sostenibilidad, proliferan por todos lados como setas.
A través de un interesante debate en Linkedin sobre este tema descubrí que la “oferta” de estándares era más grande todavía de lo que yo creía y conocía.
Sin ir más lejos, el International Trade Centre a través de su herramienta Standars Map dedicada a proporcionar información completa, verificada y transparente sobre las normas voluntarias de sostenibilidad y otras iniciativas similares que abarcan cuestiones como la calidad y la seguridad de los alimentos, indica que sólo en esos ámbitos el número de estándares es de más de 210.
Si optamos por buscar información sobre Ecoetiquetas, el Ecolabel Index tiene en su base de datos nada más y nada menos que 465 etiquetas ecológicas en 25 sectores industriales de 199 países.
Si nos fuéramos al ámbito de la construcción también nos encontraríamos con un alto número de estándares de sostenibilidad, certificaciones y demás, y lo mismo pasaría si nos fijáramos en otros muchos sectores, industrias o actividades.
¿Qué problemas que acarrea tanta “oferta”?
El lector podrá señalar, acertadamente, que existen diferencias conceptuales entre normas, guías, certificaciones, etiquetas, etc., pero para este artículo he preferido no entrar en distinciones, ya que en mayor o menor medida hay mucha (¿demasiada?) variedad dentro de cada clase, y es esa gran variedad la que vengo a comentar.
A priori se podría pensar que poder elegir entre muchos productos siempre es mejor que entre unos pocos, pero en el tema que nos ocupa no tiene porqué ser así.
Haciendo una comparación un tanto sui generis, quizá los principales problemas de tanta oferta son los mismos que provocan las decenas o centenares de emojis de los que disponemos en nuestros ordenadores y dispositivos móviles: hay muchos que no sabemos qué significan realmente y también ante tantos similares a veces no sabemos cuál elegir.
Disponer de demasiados estándares y etiquetas crea confusión, tanto a las propias empresas y organizaciones que quieren acogerse a ellos como a los grupos de interés de éstas.
Para el caso de las ecoetiquetas, el artículo Are Consumers Growing Weary of Eco-Labels? confirma que la proliferación de etiquetas confunde a los consumidores y hace que los productores de alimentos se distancien de dichas etiquetas porque el coste de ser certificado en muchas de ellas a la vez es abrumador.
Por otro lado jugamos con otro conjunto de posibles respuestas a la variable de qué estándar, certificación, etc. implantar o certificar en una organización.
Posibles razones para resolver la anterior pregunta pueden basarse en escoger el estándar menos restrictivo y más fácil de cumplir, el más económico de implementar y mantener, el que recomiende la empresa consultora de turno (que puede estar movida por unos intereses concretos en lugar de por el bien final de la organización cliente), etc.
En otras ocasiones, y aún con un buen proceder por parte del consultor o empresa consultora, conocer qué estándar es el más relevante o creíble para un sector o industria concreto puede ser bastante complicado, lo cual resulta en más dificultades en su tarea de asesoramiento y acompañamiento a las organizaciones.
Además, quién o qué organización esté detrás de cada estándar, etiqueta, sello o lo que corresponda también tiene mucha importancia. Seguro que todos conocemos “sellitos” o certificaciones de chichinabo, que no llegan a ser estándar de nada y que se otorgan a clientes de empresas de consultoría, a asociados de entidades que las promueven, etc..
Nota: Artículo inicialmente publicado en Compromiso Empresarial. Para seguir leyendo clique aquí.