En un artículo anterior de este blog hacía unas reflexiones sobre hasta qué punto estamos concienciados para detener el cambio climático y acababa diciendo que de nuestra convicción como sociedad dependía que sus consecuencias no acabaran siendo catastróficas.
Hoy, mientras desayunaba en la barra de un bar, escuchaba la conversación que tenían a mi lado cuatro hombres de mediana edad sobre el “affaire Volkswagen”. Mientras uno de ellos le daba una importancia merecida al tema, otro no tenía una opinión clara, y los otros dos no veían porqué tenían que escandalizarse o preocuparse por algo así, por que unos coches contaminaran más de lo que debían. Lo veían como algo secundario, decían que no se verían estafados si hubieran comprado un modelo de los afectados, que “ahora los coches con los cambios correrán menos y consumirán más” y que “total, porque once millones de coches emitan más contaminantes de la cuenta tampoco nos vamos a enterar”. Literalmente. Que se saltara del tema Volkswagen al del cambio climático había sólo un paso, y se dio. Y como no podía ser de otro modo, las posiciones sobre ese tema venían a ser las mismas que con los coches. Los dos hombres menos concienciados no se tomaban el problema en serio, y lo veían simplemente como un “tema meramente de medio ambiente” muy alejado de que ello les pudiera afectar de una manera directa. Tras acabar mi desayuno y con la conversación rondando en mi cabeza, abandoné el bar.
Si analizamos mínimamente el problema del cambio climático podemos darnos cuenta fácilmente de que más que un problema medioambiental es realmente un problema social pero que contiene elementos medioambientales.
Como sociedad somos responsables de los efectos de la emisión de gases invernadero a la atmósfera que crean el calentamiento global, pero no toda la sociedad ni los países tenemos el mismo grado de responsabilidad, ni nos vemos afectados de igual manera, ni corremos los mismos riesgos, ni sufrimos las mismas consecuencias, ni tampoco lo intentamos combatir de igual manera y en igual grado. Y también, como ya sabíamos y como los señores del bar me recordaron ayer claramente, no todo el mundo lo percibe como un problema social ni en la misma medida. Definitivamente, la desigualdad es a la vez una causa y una consecuencia del problema del cambio climático.
En los siguientes gráficos podemos ver datos que corroboran algunas de las desigualdades anteriormente comentadas:

Vulnerabilidad ante el cambio climático. Fuente: Standard & Poor’s.

Vulnerabilidades ante el cambio climático. Fuente: Emmanuelle Bournay.
Otra de las razones por las que es un problema social es que para asumir los retos que solucionen o mitiguen el el cambio climático debemos realizar cambios sociales. Unos cambios sociales que sirvan, entre otras cosas, para reducir nuestras emisiones y para evitar riesgos y daños asociados, de tal manera que esto se haga de una manera justa y proporcional a todos los países y habitantes del planeta.
Además, el cambio climático afecta poderosamente a todo lo que la sociedad necesita para vivir, haciendo que se enfrente a riesgos que en principio tendrían poca probabilidad de acabar materializándose en muchos lugares del mundo. Entre esos riesgos podemos distinguir entre los asociados al desarrollo y a los valores sociales. Entre los primeros contamos con los daños en infraestructuras, la escasez y seguridad de la comida, la salud humana o al empleo y las remuneraciones. Entre los que afectan a valores sociales están los que dañan a las comunidades como pueden ser las pérdidas de tierras, las migraciones, los cambios en la población, o los impactos materiales en lugares culturales y/o religiosos.
El cambio climático es un problema de todos pero, como siempre sucede, unos acaban sufriéndolo más por su localización geográfica, su pobreza, las ayudas económicas y técnicas que puedan recibir, sus posibilidades adaptativas, su predisposición a adaptarse a cambios, etc.
Por tanto, sin una acción conjunta, real, decidida, social, solidaria y a nivel mundial, no vamos a solucionar el problema.